Dajabón.– Lo que comenzó como una medida para reducir la velocidad y proteger vidas en la comunidad de Los Miches, se ha convertido, paradójicamente, en una amenaza constante para los propios ciudadanos. Los llamados “policías acostados” —esas elevaciones de asfalto sin señalización adecuada, construidas con desproporción y sin criterio técnico— hoy son sinónimo de peligro, accidentes y frustración.
En las últimas semanas, se han registrado varios incidentes en el mismo tramo, el más reciente involucrando a Aristide Aníbal Peñalo, quien resultó herido y fue trasladado a un centro de salud en Dajabón. Su nombre se suma a una lista cada vez más larga de víctimas de una infraestructura improvisada que parece castigar más que proteger.
Las comunidades han levantado su voz. Padres, estudiantes, motoconchistas y transeúntes denuncian que la situación es insostenible. Los reductores, lejos de cumplir su propósito preventivo, se han convertido en trampas que surgen sin aviso, en plena vía, especialmente peligrosas durante la noche o en días de lluvia.
La tragedia no radica solo en los accidentes, sino en la indiferencia con que se responde a ellos. Cada nuevo herido es una evidencia de la ausencia de planificación, de la falta de supervisión y del olvido de que detrás de cada golpe o fractura hay una familia preocupada, un trabajador lesionado, una comunidad que sufre.
Dajabón no puede seguir aceptando como normal que la imprudencia no venga solo de los conductores, sino también de quienes instalan obras públicas sin los estándares mínimos de seguridad. Urge una revisión técnica de todos los policías acostados en Los Miches y en otras comunidades del municipio.
La seguridad vial no se garantiza con improvisaciones, sino con planificación, señalización, educación y responsabilidad.
Mientras tanto, los llamados “policías acostados” seguirán siendo, irónicamente, los que menos velan por el bienestar del pueblo.
















